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El método del azar

Hermano Pablo | Reverendo

En ciertas regiones de América Latina se celebra «la fiesta de la cédula de San Juan» Bautista. Durante la fiesta los jóvenes solteros acostumbran adivinar las parejas para los matrimonios, es decir, quién se va a casar con quién. Al iniciar el baile, los jóvenes escriben sus nombres en papelitos que doblan y depositan en sombreros, uno para los hombres y otro para las mujeres. Luego se sacan los papelitos de dos en dos, uno de cada sombrero, y las parejas resultantes constituyen los futuros matrimonios.1

Tal vez sorprenda a algunos que el echar suertes, es decir, hacer un sorteo, aparezca en la Biblia. Era una costumbre común en el antiguo Cercano Oriente. Consistía por lo general en echar palos pequeños o piedrecitas marcadas en un recipiente del cual se sacaban posteriormente. Ese «método del azar» para descifrar la voluntad de Dios aparece tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Por ejemplo, en el Antiguo se echaron suertes en los casos de Acán, de Jonatán y de Jonás para determinar quiénes eran los culpables de una desgracia, 2 mientras que en el Nuevo Testamento se echaron para determinar quién había de reemplazar a Judas Iscariote como el apóstol número doce. 3

Los israelitas no echaban suertes para adivinar el futuro, tal como la pareja perfecta en la fiesta de San Juan, sino para que Dios, que raras veces les hablaba en voz audible, les comunicara su decisión de una manera inconfundible. El sabio Salomón lo explica en este proverbio: «El hombre echa las suertes, pero el Señor es quien lo decide todo.»4 En el caso del reemplazo de Judas, los once apóstoles propusieron a dos candidatos y luego le pidieron a Dios que les mostrara mediante las suertes a cuál de los dos había elegido. Así le reconocían al Señor el derecho de elección. Pero es importante resaltar que ésa es la última ocasión en que se emplea en la Biblia el «método del azar». Sin duda esto se debe a que esa elección fue la última antes que Dios enviara al Espíritu Santo, que viene a ser el conducto por el cual el Padre nos revela su voluntad.

Dios quiere que todo el que desee dirección en la vida se valga del Espíritu Santo que Él ha dispuesto para ese fin, ya sea con relación al matrimonio, a los hijos, al trabajo, a los estudios, o a la carrera profesional.



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