Escribimos con los deseos fervientes de orientar e instruir, no para distraer y divertir. En los diarios avatares el conductor de conciencia ve en la verdad y en la pluma, los instrumentos básicos para salir adelante en esta vorágine de contratiempos y empachos multiplicadores de desilusiones, donde los desengaños toman puestos primarios de honor. Organizarse, he aquí la tónica que abre el amplio camino de la dignidad por recorrer.
Lo cuantitativo y cualitativo de la vida perdido es sin los parámetros indicativos que refuercen las íntimas ambiciones que alientan nuestro ser renovando en consecuencias los graves empeños que nos atisban.
Veo y leo con sumo empalago las noticias de los medios de comunicación social, representando imágenes de personas de la provincia de Darién que reciben el mensaje apocalíptico del hambre. Para mí, este mensaje está confiscado por la sorpresa y pensé, en el pasado este trofeo era privativo de la provincia donde vi por primera vez el alba acampada en el oriente melifluo.
Es inexplicable que Darién, la provincia más grande de nuestro país e irrigada de poderosos ríos se deje embalar por el renglón donde las manos se mueven con tozudez perezosa. Esto no lo creo yo y paso a explicar por qué. La tenencia de la tierra es la responsable de este baldón histórico que ha difundido por todos los rincones del país: el hambre visceral, el dolor y las angustias rectoras del desastre. La tierra debe ser para quien la trabaja, eso dijo el sabio. Son dos los factores que ponderan sobre la productividad alimentaria de manera general, la pésima tenencia de la tierra y la dispersión de la población. Impiedad de la cual el campesino nuestro nunca se podrá independizar. Sus viviendas son, ergástulas de la afrenta, construidas con los baratos ruinosos de las penalidades sin resolver.
