Muchos piensan que el pasado es necio, embarazoso y aburrido, desconociendo talvez por ignorancia que somos ni más ni menos, suma de todos los ingredientes pretéritos enlazados que nos mantienen de pie en el presente. Pensar es la compuerta que Dios le abrió al hombre, procediendo como recurso único preguntando al entorno que le rodea y el universo en general.
Cuenta un aforismo antiguo que el infierno tiene un río llamado Etigia que lo cruza nueve veces y cuyas aguas tienen la particularidad de volver invulnerable a todo aquel que se sumerge en sus profundidades. Aquiles, rey de los mirmidones, fue inmerso en dicho torrente, pero su madre cometió el error de suspenderle uno de sus talones por donde indudablemente podía ser presa de las armas. Paris lo sabía y fue aquí donde le lanzó con fuerza el dardo de su lanza envenenada e hirió mortalmente al hijo de Tetis y de Peleo. La Iliada, poema épico atribuido a Homero en 24 cantos, relata los combates de la guerra de Troya por los griegos.
La muerte de Patroclo atribuida a Héctor, el más valiente de los troyanos, convence a Aquiles que debía enrolarse de nuevo al conflicto luego de su retirada. La resistencia iba muy bien en contra de los invasores extranjeros por diez largos años, hasta que un día los ingeniosos helenos les da por construir un armatoste de madera colocado en las afueras de la población y cuyo interior alojaba gran cantidad de soldados griegos, luego introducido al centro del pueblo por los mismos troyanos, ardid aprovechado para apoderarse de la ciudad. Celada encubridora del engaño, eso fue el caballo de Troya. Jugada donde la astucia se posesiona en contra de los indefensos incautos que se caen sin precaución.
La Iliada contiene escenas grandiosas como los funerales de Patroclo, incluyendo la gran despedida emotiva a Héctor y Andrómaca su esposa, el símbolo del amor conyugal, también el histórico encuentro de Aquiles y Príamo, último rey de Troya.