Panamá se mantiene entre el sexto país más rico de América Latina, según la publicación Latin Business Chronicle. Esa clasificación debiera llenarnos de orgullo, pero esa riqueza se estrella con otra realidad más de un tercio de la población vive en la pobreza.
Es bonito pregonar que tenemos Producto Interno Bruto (PIB) per cápita de 11, 788 dólares, pero también nos llena de vergüenza que más de un millón de panameños viven la pobreza y de ese grupo casi la mitad lo hagan en condiciones de pobreza extrema o indigencia.
Casi la mayoría de los indígenas padecen la pobreza y otro gran porcentaje de los pobladores de las área rurales, también viven en medio de las penurias.
Aunque se ha producido un leve descenso en los porcentajes de la pobreza, esto no se compagina con el vertiginoso crecimiento económico que registró el país en el último quinquenio.
Esos son los contrastes que nos hacen ver la existencia de dos Panamá: uno que nada en un mar de riqueza y otro océano de pobreza. Los técnicos del gobierno deben hacer algo para frenar esa desigualdad social y lograr una mejor distribución de la riqueza.
Está bien que se mejore la calificación del riesgo de inversión, se construyan megaproyectos, pero también hay que hacer más para reducir de manera efectiva la brecha entre ricos y pobres, que al final del camino, es lo que garantiza que Panamá siga siendo un país sin los conflictos bélicos que han sacudido a muchos países de la región.