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El pecado empequeñece

Por: Hermano Pablo | Reverendo

René Silva contemplaba la ciudad de San Diego, California. Era medianoche, y él se hallaba en un séptimo piso. La bahía lucía espléndida con todas sus luces. Los altos edificios modernos, con muchas ventanas iluminadas, eran un regalo para la vista.

Los letreros de neón, con sus variados colores, también invitaban a mirarlos una y otra vez. Pero él ya sentía los brazos cansados.

Es que René Silva estaba colgado del alféizar de una ventana en el séptimo piso de la cárcel federal. Sosteniéndose sólo de las manos, sintió miedo y no pudo moverse para ningún lado. A la media hora, sus brazos no resistieron más y se soltó. Cayó al vacío, y en el impacto de su cuerpo contra el suelo, los huesos de las piernas penetraron cuarenta centímetros en el vientre. Las rodillas le quedaron a la altura de la ingle. Este hombre estaba en la cárcel cumpliendo una condena por ser traficante de drogas.

Medio en broma, medio en serio, su capellán le dijo: "Ya ves, muchacho: ¡el pecado empequeñece!"

Esta es una verdad que siempre tiene rasgos conmovedores y trágicos. El pecado es algo que va empequeñeciendo el alma, el corazón y la conciencia. El malhechor se encoge por dentro. Se convierte en un enano moral. Por fuera el pecador puede aparentar completa compostura y seguridad, pero por dentro se siente vencido. No se puede infringir las leyes morales y éticas del universo y sentirse satisfecho consigo mismo. Uno se siente disminuido.

Por el contrario, las virtudes, y la práctica de ellas, engrandecen interiormente; van convirtiendo al hombre en un gigante moral, en un coloso espiritual.

Mientras el diablo con sus engaños nos empequeñece, Cristo con su poder nos engrandece. Nosotros decidimos lo que queremos ser: enanos o gigantes. ¡Que nuestra decisión sea la de convertirnos en gigantes espirituales!



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