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Muy pronto, tendremos en nuestro país nuevas elecciones, con la finalidad de escoger al mandatario que de manera muy responsable dirija nuestro destino como Nación, y con ellas van también de la mano nuevas facetas históricas a recordar.
Todos auguramos un cambio en el comportamiento de nuestra vida cotidiana, que propicie el surgimiento de una nueva Nación, y una nueva sociedad; este es al menor el sentir de todos los panameños, después de vivir muchos años de desesperanza por el mal manejo del Estado por quienes tuvieron en sus manos la oportunidad y la bendición de ofrecernos una mejor calidad de vida, propia de una verdadera Nación libre y democrática.
Me pregunto si en esta ocasión estamos realmente preparados para permitir ese giro a toda esa estructura político-gubernamental viciada de tantos problemas con fondo de toda índole, que no han hecho más que propiciar al panameño una serie de desaciertos y malos momentos, justamente cuando lo que impera en estas instancias históricas de la celebración de nuestro centenario, es la reconsideración de una nueva Nación.
A pocos días del desenlace político, existe mucha incertidumbre acerca de la moralidad, credibilidad y honestidad de los candidatos al puesto presidencial, muchos de ellos tratan de convencer al electorado con frases y promesas muy elocuentes, que no resuelven ni garantizan satisfacer las inquietudes más urgentes de la población.
Por lo demás, mi querido lector, el día de las elecciones, pídale a Dios sabiduría para escoger las personas correctas que dirigirán tan importante misión. Sin embargo, entendamos que Dios tiene el control de la situación, y ya tiene escogido el candidato de su única y bendita voluntad, pues el escogido será el justo, el correcto, el que merecemos, el que conocer mejor nuestra inquietudes, y por ende, le debemos merecer respecto.
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