El debate alrededor de la depredación de los bosques en Panamá, comenzó a intensificar en los últimos cuarenta años con las denuncias por parte de ambientalistas y técnicos forestales en torno a la reducción de la cobertura boscosa en el territorio nacional.
Desde sus comienzos, el discurso giró siempre en base a cifras, totalizando la cantidad de kilómetros cuadrados que han destruido y los consecuentes efectos dañinos a la biodiversidad y los ecosistemas.
En una especie de premonición fatalista, los teóricos nos ilustran e impresionan a diario con un mar de cifras salpicado de oscuros presagios sobre el panorama sombrío que nos espera en el futuro.
Pero mientras eso ocurre, se continúa deforestando, talando y quemando bosques sin control, incluso en la Cuenca del Canal, un área tan sensible para el tráfico interoceánico.
Hoy, poco a poco, ese discurso fatalista parece haberse agotado y ahora lo que cabe es la acción para reducir los efectos que proceden desde diferentes actores representados por intereses económicos y políticos basados en la rentabilidad del suelo y los bosques.
A estas alturas los diagnósticos sobran, pero la acción destructiva continúa sin detenerse.
Se debe comprender, de una vez por todas, que la capa vegetal de la tierra es una eslabón determinante en la cadena del ecosistema tropical y que, de ellos dependen otros elementos como los ríos, la fertilidad de los suelos, la lluvia y los viento.
En este tema hay que pasar de las palabras a la acción.