Hay hombres y mujeres, que no pueden sostener una conversación normal, sin que no pronuncien una obscenidad. La cosa es peor cuando se alteran; en ese momento salen sapos y culebras de su boca.
El español es rico en palabras y no hay que utilizar vulgaridades para expresarse, porque eso denota falta de educación.
Cuando usted se encuentre enojado y está a punto de reventar, puede ensayar un conteo mental para ir bajando poco a poco la furia.
El convertirse en un boquisucio no resuelve nada, más bien lastima el oído del resto de las personas a su alrededor.
No permita que su lengua sea más rápida que el cerebro.
Disminuya sus revoluciones, piense en algo agradable y si esto no funciona, retírese a un área en solitario para evitar que las palabras de grueso calibre salgan disparadas de su boca.
Es desagradable llegar a un lugar y escuchar que a un hombre o una mujer le salen de manera natural toda clase de palabrotas, sin importarle quienes estén a su alrededor.
Conozco a una amiga que tiene un compañero de trabajo que acostumbra a decir obscenidades.
La tipa tiene un buen método para tratar de corregirlo; ella anota en cada conversación cuántas palabras sucias dice su interlocutor y al término del diálogo con sus manos le cuenta el número de obscenidades que éste ha dicho. ¡Van seis, van 10...!, grita la mujer, mientras el hombre se sonríe, pero en su mente sabe perfectamente que su forma de expresarse no es la más correcta.
Quizás ese ejercicio rinda sus frutos y el hombre se muerda la lengua antes de pronunciar una obscenidad; también existe la posibilidad que el sujeto sea un incorregible y no vale la pena el esfuerzo para que cambie su forma de ser.