Monseñor Emiliani. Mi vida es un desastre desde que hace 8 años cometí un aborto. Tenía 18 años y recién empezaba la Universidad. Yo estaba muy enamorada con el muchacho con quien salía. El me llevaba cuatro años y estaba acabando su Universidad y sus papás tienen mucho dinero. Yo me sentía enamorada de él. Yo sabía que él consumía drogas, pero daba la impresión de que con sus amigos todo lo tomaban como un juego pasajero. Era una persona supuestamente feliz, atenta, bromista e inteligente. Algunas veces caía en depresión y le echaba la culpa de todo a su madre. Quedé embarazada y él cambió totalmente. Eran gritos, rabietas y me obligó a practicar el aborto. El mismo me llevó a una clínica y el médico, un hombre sin escrúpulos me dijo que era lo mejor, que él lo hacía a cada rato y que ya es práctica en muchos países. Me dijo además que Dios no existe, que la moral se la han inventado los hombres y que cada uno tiene que hacer lo que más le convenga en la vida.
Estimada joven. El aborto es un crimen cometido contra un ser totalmente inocente y que ya es persona desde el momento en que el óvulo es fecundado. Así comenzamos nosotros nuestra vida en el vientre de nuestra madre. Usted siente un gran arrepentimiento, pero padece ahora de un complejo de culpa y está continuamente martirizándose.
Es usted una joven que tiene principios morales y que cree en Dios. El es el autor de la Vida y solamente Dios puede quitarla así como la creó.
Su dolor es grande, ya que esa criatura era fruto de su vientre y ya no está. Pero yo quiero decirle que esa niño "no nacido" está con Dios y desde el cielo está intercediendo por usted. Es como su "angelito de la guardia" y pide para que usted sea una persona íntegra, que haga siempre el bien de acuerdo a sus posibilidades.
Yo le quiero decir esto: la reconciliación con Dios es importante. Estoy más que segura de que ya usted lo ha hecho. Pero tiene que reconciliarse con usted misma. Comprenda su situación de desesperación en aquél momento y la clase de persona que la manipuló. Dios la bendiga. Recuerde que nuestro Señor puede sanar su alma. Siga orando y acérquese más a la Iglesia y recuerde que con Dios puede vencer todo, porque con El somos invencibles.