Esta frase de Jesús dirigida a su fiel e impetuoso discípulo Pedro, que quería impedir que el Maestro fuera a inmolarse a Jerusalén, causa mucho impacto por su trascendencia. Le habla así a su "hombre de más confianza", al que había destinado para ser su "vicario en la tierra". Esto nos hace pensar que los "engaños diabólicos" pueden presentarse incluso en las personas y cosas más "inocentes y buenas". No es para ver al diablo siempre, ya que más bien hay que ver a Dios en todo, pero sabiendo que aún en las personas, cosas y momentos más "puros" pueden presentarse situaciones que nos aparten del camino.
Pero un pueblo, una comunidad, una nación debe estar continuamente diciendo: "¡apártate de mí, Satanás!" a las tentaciones de injusticias, vicios, corrupción que se ciernen continuamente en su vida, sumando fuerza espiritual, moral, judicial, policial y otras, para luchar contra el mal, adecentar el ambiente y humanizar la cultura de un conglomerado social. Ahora bien, todo cambio comienza por uno mismo. ¿En qué me tienta más, Satanás? ¿Cuál es mi talón de Aquiles, mi mayor debilidad? ¿En qué estoy consintiendo yo las tentaciones de las tinieblas? Todos estamos tentados por esas "30 monedas" de Judas que están continuamente sacudiendo nuestra conciencia. Debo gritar con todo el alma: "¡Apártate de mí, Satanás!".
Para eso, igual que Jesús debo: 1. Estar consciente de mi misión en la tierra. 2. Ser un celoso defensor de mis metas y saber qué es lo que puede apartarme de mi camino. 3. Cultivar al máximo mi fidelidad a la obra del Reino de los Cielos y poner todo el empeño en sacrificar lo que sea para alcanzar mis objetivos en la vida. 4. Contar con la ayuda del Señor, implorar siempre su bendición, entregarme a Él con todo mi ser. 5. Unirme a personas que como yo tengan aspiraciones parecidas y compartir conocimientos, consejos, apoyos de diversa índole. 6. Intentar superarme cada vez más en lo que es de mi competencia con la dedicación, estudio, perfección de habilidades, buscando crecer cada vez más. Y por supuesto, cuando veo que hay algo que me quiere apartar del camino de superación emprendido, gritar con todo mi ser "!apártate de mí, Satanás!", e implorar la fuerza del Señor con quien en verdad somos invencibles. Amén.