Tras semanas de tensión, producto de una revuelta popular que dejó 80 muertos, Jean Bertrand Aristide, dejó su cargo como mandatario de la nación más pobre de América.
El destino de Aristide quedó marcado por la frustración del pueblo haitiano, en su mayoría gente que vive en la extrema pobreza y la anarquía.
Aristide, electo en 1990 por este mismo pueblo que lo destituye nuevamente, fue un cura católico que trató de implementar un modelo socialista para paliar el hambre y desigualdades de su gente. Nunca lo logró en sus dos periodos de gobierno, que se sucedieron entre 1991 y el 2004, por el contrario, hubo más pobreza, represión armada contra los civiles y mucho desempleo.
El presidente ahora vuela al exilio, humillado por la presión de los rebeldes derechistas de Guy Phillipe y de la oposición civil dirigida por André Apaid.
Para Aristide y la mayoría de los que viven en Haití, Panamá juega todavía un importante rol: Estados Unidos pidió a la presidenta Mireya Moscoso que permita, en caso que lo solicite, el asilo del ex mandatario si fracasa su planeado refugio en Sudáfrica (Aristide es amigo del Tabo Mbeki, presidente de esa nación).
Así como pasó hace 10 años con el general Raoul Cedras, quien antes derrocó a Aristide en 1991, Panamá vuelve a ser ficha clave de la diplomacia.
La anarquía busca ser frenada por tropas de la Marina estadounidense que arriban a Puerto Príncipe. Esa presencia fue solcitada por los opositores haitianos, así como por la ONU y Francia.
Esperemos que Haití supere esta difícil etapa de su historia y logre, en el futuro, consolidar una verdadera democracia que permita a las clases bajas de Haití soñar con un mejor destino del que se le pinta ahora.