El periodismo tiene muchas funciones y reglas, además de informar y formar opinión. Una de ellas es la basada en la regla no escrita, cuyo principal recurso son la ética y la moral, de no hablar de una persona no se debe hacer alusión a sus defectos físicos o a su estado corporal.
Esto se conoce como el derecho personalísimo que en nuestro país lo desconocemos y que tanto es utilizado cuando no buscamos argumentos, sino caemos en forma burlona y chabacana en el ataque.
Decir que un individuo es cojo, pero en forma despectiva o expresarle rechazo a una persona extranjera es ir en contra del personalísimo derecho de cada persona, por el sólo hecho de sus evidentes diferencias físicas o culturales.
Hace poco vimos cómo una persona que preside un centro de periodismo, casualmente por rivalidades, violó los derechos de un funcionario, sin que las personas que debían analizar las publicaciones antes de su aparición interpusieran sus objeciones, más bien hasta una caricatura ilustró el artículo.
La misma sociedad aprueba este tipo de publicaciones hirientes y permiten erosionar cada día más la cultura de la decencia, pero penosamente quienes tenemos la misión de evitar estos atropellos, somos sus patrocinadores.
Es más, quienes las aprueban creen que nunca pasarán por estas experiencias, que afectan también a los familiares, que se sienten lastimados en su honor y ven su apellido agredido. Esto nos recuerda, cuando en tiempos pasados se eliminaron a obreros, estudiantes y nadie era solidario con su parentela. Hasta el punto que después terminarían con la vida de sacerdotes; entonces, hubo un cambio en la forma de enfrentar esos crímenes de Estado.
Si no hacemos un esfuerzo para la autocensura entre los comunicadores sociales y los medios de comunicación, estaremos llevando al país a un abismo, que terminará, en un nivel de violencia, que después nos costará mucho poder resolver.