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Después del desfreno de la fiesta, muchos acudieron a la iglesia el Miércoles de Cenizas a pedir perdón. |
Miércoles de Ceniza, 11:35 a.m., el ruido que hace la escoba de Omaira Cedeño al otro lado de la acera del parque Porras en Las Tablas se puede escuchar fácilmente, algo difícil de percibir unas cuatro horas y 35 minutos antes; porque a las 7:00 a.m., de ese día culminó el carnaval en esta ciudad con el famoso "topón" de las tunas de Calle Arriba y Calle Abajo donde queman sus últimos petardos pirotécnicos, como otra de las formas de medir fuerza entre ambas organizaciones. Quién queme más fuegos artificiales, mechas y cohetes, dicen que ha ganado.
Omaira restregaba su escoba contra el pavimento de la acera que está al frente de su casa; cansada, con sueño dijo que ya no aguantaba más; porque, por más que una compañera le tiraba agua enjabonada al piso, el olor a orine persistía; los confetis y papeles se aferraban al piso como queriendo continuar la farsa del carnaval.
Alrededor del parque, testigo mudo de cinco días de orgías carnestolendas reinaba un silencio; parecía que los tableños volvían a la realidad. Los negocios estaban cerrados con cadenas en las puertas. Algunos borrachos acostados en las bancas de concreto no despertaban de sus pesadillas carnavalescas. El cantar de los pajaritos, volvió a escucharse en los ficus e higuerones del parque, ya que los ruidos extraños de fuegos artificiales, murgas, discotecas y gritería hicieron obligatorio su traslado a otras partes desconocidas para ellos.
Las billeteras que tenían que vender sus chances y billetes en el parque (ese siempre ha sido su lugar) llegaron preocupadas porque el jueves era el sorteo, y no habían vendido casi nada. Con cartones se ventilaban la cara; pero no era por el calor, sino por los olores que emanaban del parque. Era orine etílico. Sí etílico, porque contenía ron, seco, cerveza, whisky, ginebra y vaya a saber cuántas cosas más.
Un perro de color blanco, criollo; al parecer acostumbra a pasar gran parte del día en el macetero de una planta; ese día llegó, olfateó el lugar, miró a su alrededor... y se fue; pero antes se detuvo para mirar atrás -como diciendo ¿qué le habrán hecho a este lugar que huele tan feo?-.
En tanto Villaye Barahona, patriarca transportista de Las Tablas-Panamá, no aguantó y así con toda la hediondez e inmundicia que había en el parque, se fue a charlar con sus amigos, porque extrañaba ese lugar durante los cinco días del carnaval.
Barahona dice que los tableños son hospitalarios, y que este carnaval depende de la participación de todo el que quiera asistir; pero, "no es verdad que estamos de acuerdo que aquí vengan maleantes, homosexuales (dijo otra cosa) pandilleros a dañarnos el carnaval más bonito del mundo".
A eso de la 1:00 p.m., abandoné el parque; los carros compactadores del municipio recogían toda clase de basura dejada por el carnaval. Aunque a esa hora había menos basura; Omaira aún luchaba para quitarle el mal olor a su acera; las billeteras continuaban ventilándose para no oler el ambiente apestoso; Villaye y sus amigos no hablan de carnaval, sino de la política; yo me retiré pensando volver a Las Tablas, cuando el olor de orine se haya esfumado del Parque Porras.
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