El fin del régimen de Muamar Gadafi en Libia parece cuestión de días, quizá horas. El hombre que gobernó el país africano rico en petróleo por más de 40 años, ha perdido prácticamente todo el apoyo de sus diplomáticos, al igual que casi todo el territorio que tenía bajo su control, y la gran mayoría de sus militares, que se han cambiado al bando de los manifestantes pro democracia.
Ayer, el movimiento anti Gadafi se había tomado la ciudad de Zawiya, a solo 50 kilómetros de la capital Trípoli, donde el dictador y sus hijos se encuentran arrinconados. No hay una cifra confiable de muertos en la revuelta convertida en guerra civil que azota Libia, pero por la actitud tomada por el Gadafi, habrán muchos más.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de forma unánime ha establecido sanciones contra el régimen de Gadafi. En Estados Unidos, líderes republicanos han instado al Presidente Barack Obama a intervenir militarmente en Libia, cosa que sería un error.
Tales medidas poca o ninguna influencia tienen a estas alturas, ya que lo que se vislumbra es la batalla final por el destino de Libia, que librará el propio pueblo contra un agonizante régimen que solo cuenta con el apoyo de algunos mercenarios pagados y militares incondicionales.
La labor de la comunidad internacional es instar a ambas partes a detener el derramamiento de sangre, y en caso de que esto sea imposible, ayudar a la reconstrucción de esa nación, que ha sufrido casi medio siglo bajo un brutal gobierno dictatorial.