Muchos panameños no les importa que sea un elemento metálico, magnético, maleable, de color blanco plateado ni que sea uno de los más abundantes en el planeta. Lo único que les interesa es extraerlo de donde sea para obtener dinero a cambio para sobrevivir.
La compra y venta de hierro se ha convertido en el negocio del momento. A diario se ven decenas de camiones repletos con hierro viejos que serán embarcados con dirección a Japón para tratarlo.
Una de las ventajas de esta extraña actividad económica es que ha servido para limpiar al país de las chatarras que eran focos de enfermedades. Asimismo, ha servido para desnudar el alto nivel de desempleo que se percibe en regiones como el distrito del Barú, en la provincia de Chiriquí.
Familias enteras, que muy probablemente antes se dedicaban a la actividad bananera, han tenido que salir a escarbar para buscar debajo de la tierra pedazos de este metal para cambiarlo por dinero.
La pobreza ha salido a flote con la fiebre del hierro, tal como muy probablemente ocurrió con la fiebre del oro de California, donde familias enteras lo dejaban todo para hacerse ricos.
El hierro, que sirve en la industria de la construcción para colocar fuertes columnas capaces de soportar pesos de edificios altos en el país, debe convertirse en indicador natural que nos advierta de un grave problema social que tenemos que atacar.
Las autoridades deben sentir el olor del desempleo en el ambiente. No hay que ser ciegos para no darnos cuenta que en ese sector y en muchos más del país esperan por planes que generen empleos porque hay mucha necesidad.
En manos de la actual administración están las decisiones que favorecerán o nos desfavorecerán.