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Sin embargo, dejo que se pierda mi vida

Redacción | Crítica en Línea

Se habla de que nuestra juventud no tiene oportunidades. Que está marginada, que está olvidada, y que esta es la razón por la cual hay tantos jóvenes en las cárceles, o metidos en pandillas, o muertos por enfrentamientos armados, o sencillamente vagabundeando por ahí.

Todo esto puede ser verdad, pero solo es la mitad de la historia. Una parte de lo que somos en la vida es influenciada por nuestro ambiente. La otra parte viene de nosotros mismos. De nuestro interior, de nuestro carácter, de nuestra tenacidad, de nuestras ganas de ser mejores.

No podemos echarle la culpa de todos nuestros fracasos y desgracias al medio ambiente, a nuestros padres, a los vecinos, o los malos gobiernos. Eso es lo que hacen los perdedores. No, en algún momento, tenemos que asumir nuestra responsabilidad; aunque nuestro barrio se haya convertido en Bagdad y la economía del país se haya ido a la quiebra.

Cada vez que vemos a un grupo de muchachos cerca de un complejo deportivo, cubriendo a gusto sus ratos de ocio permanente, solamente decimos: "es que no trabaja ese montón de vagos".

La juventud desempleada busca por todos sus medios posibles una oportunidad de conseguir un trabajo digno que satisfaga sus necesidades sociales para aportar a la evolución normal de la familia y la sociedad.

Lamentablemente, la dura situación, la imposibilidad de conseguir empleos, la deficiencia del sistema educativo y otros factores exógenos que determinan un status social, adversan estas posibilidades de desarollo de la juventud, que al final se sumerge en un letargo impresionante, que los convierte en ciudadanos masa.

Sólo unos cuantos se salvan. Ellos son los que tienen aspiraciones, a pesar de las adversidades. Unos se inscriben en institutos de formación profesional y otros buscan alternativas en las distintas universidades del país. Esos grupos tratan de llenar ese vacío en sus vidas, a través del trabajo honrado y digno, para beneficio de Panamá.

Pero gran parte observa como transcurre su vida sin mayores avances en lo personal y en lo profesional.

Por eso es que vemos el ejército de jóvenes, que prefieren jugar, fumar, beber y "volarse" en las calles de la barriada, que seguir los estudios para avanzar. El tiempo que se va no vuelve, reza un viejo dicho y es verdad.

Está bien que se dedique algún tiempo a las actividades deportivas de índole recreativo, pero lo prioritario es que la juventud estudie para avanzar, de lo contrario quedará estancada.

La educación es lo único que puede sacar a los pobres de la pobreza. Los golpes de suerte son esporádicos y sólo los mejores logran buenos trabajos, con una paga que permite vivir cómodamente al trabajador y al resto de su familia.



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