El Miércoles de Ceniza se inicia la Cuaresma, tiempo de abstinencia, para los católicos, entre el Miércoles de Ceniza y la Pascua de Resurrección. Conjunto de sermones para la Cuaresma: es famosa la Cuaresma de Massillón.
Tiene por objetivo prepararnos para la conmemoración piadosa de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Divino Redentor. La Santa Iglesia nos prescribe para este tiempo: oración más frecuente, ayunos y abstinencias, recogimiento y limosnas.
La bendición de la ceniza se registra antes de la misa convencional parroquial y ésta se bendice, sacada de los ramos benditos del año anterior. Los ministros del altar usan ornamentos morados, cual corresponde a este rito penitencial.
Tanto los textos como el canto que las acompaña son una exhortación a la compunción del corazón y a la penitencia y enmienda de la mala vida pasada.
Asistamos con devoción y santa tristeza a esta ceremonia venerable que nos introduce en el ayuno de la sagrada cuaresma, y al llegarnos el turno para recibir la ceniza bendita, inclinemos humildemente la cabeza, y acatemos con resignada sumisión la sentencia de muerte que, en nombre del Creador, nos dicta a cada uno hoy la Santa Iglesia.
Meditemos cristianos: polvo somos, efectivamente, puesto que del limo de la tierra salió Adán, y de Adán descendemos todos, y en polvo hemos de convertirnos al poco tiempo de ser encerrados en el ataúd y depositados en el cementerio. ¿Y por qué se ensoberbece y presume tanto el hombre? ¿Y por qué mima e idolatra tanto el cuerpo? ¿Y por qué ordena toda su vida y su talento y sus riquezas, y sus inventos para complacerlo y regalarlo?
Porque este cuerpo que llevamos, tan frágil ahora y tan caduco, tan sujeto a enfermedades de toda clase y a continuas molestias, y que, después de la muerte, será pasto de los gusanos, al fin del mundo, cuando todos los muertos, obedeciendo el llamamiento de Jesucristo, juez soberano, resuciten para ser juzgados, él también volverá a la vida.
Armado de esta fe, el hombre paciente y virtuoso se consuela en sus mayores desgracias, y prudente en verdad, sujeta su cuerpo a la ley de Dios, para conservarlo puro y digno de la feliz inmortalidad.