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Inútil celo profesional

Hermano Pablo | Reverendo

Carlos Dos Santos, de veintinueve años, y Verónica Tintino, de veintiséis, caminaban a tropezones. El camino era polvoriento, el calor, extenuante, y el suplicio, al parecer, interminable. Por momentos tenían que correr. Por momentos caían, para tener que levantarse en seguida, aterrorizados. Carlos y Verónica, vecinos de San Sebastián Do Cai, estado de São Pablo, Brasil, acusados de un crimen, habían sido amarrados al paragolpes trasero del automóvil del comisario Édgar Cardoso, quien los obligó a andar cinco kilómetros en esa denigrante y martirizante manera.

El castigo de un criminal, para ser justo, tiene que ser adecuado al delito cometido y debe salvaguardar su dignidad personal. No hay que ensañarse con el que ha cometido un delito; no hay que extremar el castigo o la pena, a fin de envilecerlo. Las normas de humanidad y el respeto de los derechos humanos establecen que debemos suavizar, lo mayor posible, las penas y los castigos.

En los tiempos bárbaros de la humanidad, al que merecía el castigo se le crucificaba, se le decapitaba, se le quemaba vivo, se le empalaba, y se le arrojaba vivo a las fieras. Lamentablemente, hasta el día de hoy, aun en tiempos de las luces, se repiten esos brutales castigos.

Pero no es sólo en el ámbito de los criminales y de las cárceles que se infligen castigos excesivos, sino también en el seno de los hogares. Hay padres que se enfurecen por cualquier motivo y apalean o patean a sus hijos hasta lastimarlos, a veces con severidad. Hay maridos que castigan con brutalidad a su esposa, muchas veces sólo para desahogar su impotencia y su frustración a causa del dominio que ejercen sobre ellos otros hombres. Un castigo injusto duele el doble porque al dolor físico se le suman el dolor moral y la amargura del desprecio.

Castigar, o mejor aun, corregir con sabiduría, es todo un arte. La Biblia contiene consejos y mandatos para padres y para maridos. A los padres les dice: "Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor" (Efesios 6: 4).

Y a los maridos les exhorta: "De igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida" (1 Pedro 3: 7).

Jesucristo quiere llenar nuestro corazón con el sentido de justicia que necesitamos para ser justos. Invitémosle a que lo haga.



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