Solo los padres tienen derecho a hablarles de sexo a sus hijos, pero resulta ser que los padres no cumplen con ese deber y los preadolescentes se encuentran en una vorágine sexual que termina en más bebés paridos por bebés.
Los pela'os y pela'as se enteran, no aprenden, de sexo, de la peor manera, por la pornografía, los cuentos en la calle, haciéndolo con compañeritos o con algún adulto que se aprovecha de la inocencia de los jóvenes y recién púberes.
Los que se oponen furiosamente a la educación sexual en las escuelas desconocen que en los barrios populares los adultos tienen sexo en la misma cama donde duermen sus hijos, la promiscuidad de la pobreza es aterradora.
En los barrios se da por sentado que los niños y niñas han escuchado o visto a sus padres o parejas hacer el sexo sin el menor recato a rejo pela'o delante de los pequeños. Familias enteras viven en una casa precarista de una sola habitación. Esa es la verdad y la realidad cruda.
Los reto a que hagan una encuesta para saber cuánto y desde cuándo saben del sexo nuestros niños y jóvenes, los resultados dan escalofríos.
El temor de los castos críticos que hacen creer que en el pasado no había sexo, nadie sabe cómo nacieron ellos, es que si se le da información a los preadolescentes, se van a volver promiscuos y aberrantes adictos al sexo sin límites.
Ocultar o ignorar los problemas no solucionan nada, la negación no puede ocultar el hecho de que nuestros muchachos y muchachas tienen sexo cada vez más temprano, que las cifras de embarazos adolescentes va en aumento, y que los contagios de jóvenes con SIDA y otras enfermedades, son cada vez más numerosos.
Si educamos a los pela'os les enseñaremos a ser mejores padres de familia, más responsables, a proteger sus cuerpos, a no tener embarazos antes de tiempo, a no contraer enfermedades, a ser adultos seguros de sí mismos y de sus metas en la vida, a fortalecer la familia.