Cualquier "pelaito" de una escuela pública panameña, que logre una ingesta que cumpla con la tercera parte de los requerimientos calóricos diarios, no solamente se espigará como un cuipo, si no que por la formidable comunicación que existe entre la buena alimentación y la estimulación de aprendizaje, desarrollará mejor sus habilidades cognoscitivas. Caso contrario si no se dan las posibilidades de una sopita caliente al día.
El programa radial Naturaleza, espera que para el 2024, la democracia panameña esté bajo la vigencia de un plan de desarrollo económico, en donde las autoridades destinen como en Chile, el 75% de los tributos recaudados a la educación, a ver si al menos se suministran en las escuelas públicas dos de los tres golpes diarios (almuerzo y desayuno), pues si no lo sospechan son el mejor gancho para mantener a los estudiantes en el sistema educativo.
En la mayoría de los hogares pobres de aquí, subsiste la tensión de estudiar con el estómago vacío o lanzar a los chiquillos ha rebuscarse, porque para una mamá es preferible que sus hijos mueran brutos a verlos morirse de hambre, aunque se expongan al tenebroso mundo delincuencial, que nos tiene de rodillas, amparados en la total impunidad que ofrecen políticos, abogados y burócratas.
Desayunos y almuerzos en escuelas públicas, mejorarían las crueles estadísticas que tenemos con la deserción escolar, la tara en crecimiento y peso en muchos niños de 13, 14 y 15 años. Fortalecer la nutrición desde "Kinder" sería una bonísima inversión social en relación con sus bajos costos.
Los primeros bachilleres capireños, todos superamos la barrera de los seis pies de estatura a los 18 años y ninguno reprobó el examen de admisión universitario. Ahora valoro el sabor a perro muerto de la leche care, aquel tufo del queso amarillo de los gringos y a los chichemes almibarados con miel y jengibre, que nos daba la grandiosa maestra Elvira Samaniego. No entiendo como un niño quiera "volver a las aulas" con el estómago pegado al espinazo.