Andrew Fry y Gilly Clark, joven pareja de Colchester, Inglaterra, planearon su boda cuidadosamente. No se les olvidó ni el más mínimo detalle. A la ceremonia y al intercabio de votos y promesas le pusieron especial esmero.
En cuanto a las promesas, le advirtieron al clérigo que al llegar a la frase tradicional de jurarse amor "hasta que la muerte nos separe", ella iba a decir: "mientras no te pongas calvo", y él: "mientras no te engordes". �Qué interesante que para ellos la calvicie y la gordura fueran causa suficiente para el divorcio!
Todas las parejas que se casan hacen planes firmes para el futuro y basan su felicidad en el cumplimiento de las promesas mutuas. Pero esta pareja batió el récord de los votos raros: "Mientras no te pongas gorda, te amaré", era el juramento de él; y el de ella: "Mientras no pierdas el pelo, serás mi único amor."
Todos sabemos sin lugar a dudas que el matrimonio debe tener mejores cimientos que los establecidos por ellos. Después de todo, se supone que el amor verdadero es capaz de soportar que ella aumente diez o quince kilos y que él pierda su lustrosa cabellera. �El amor cubre toda clase de faltas!
Quizás hubo un poco de cinismo en el contrato matrimonial de esa pareja. Pero, aunque es triste pensarlo, se expresaron con sinceridad.
Hay matrimonios cuyo amor y fidelidad son tan sólidos que soportan toda clase de adversidades, tales como una prolongada enfermedad de la esposa o la ruina económica del esposo. Pero el amor triunfa y convierte la desgracia en fuente de felicidad, y la adversidad llega a ser un motivo más para la fidelidad y el cariño.
El matrimonio vale muchísimo más que cualquier adversidad que se presente y que las diferencias que existan entre los dos, a las cuales pueden sobreponerse si así lo determinan. Sólo hace falta que le den más importancia al amor mutuo que a las diferencias entre sí. El consejo óptimo para la pareja es que permitan que Jesucristo sea el Señor de su vida y, por consiguiente, de su matrimonio.
