Dios quiere que se salven todos, pues ha venido a redimir a toda la humanidad. La figura de la puerta estrecha hace referencia a las murallas de las ciudades antiguas; en ellas existía una puerta principal por donde pasaba de todo: gente en grupos grandes, animales, carros de guerra, etc. En tiempos de conflicto con otros pueblos, esta puerta se cerraba y sólo quedaba a disposición para entrar en la ciudad una diminuta puerta por donde únicamente cabía una persona, sin nada. En este evangelio, la puerta estrecha no necesariamente se refiere a grandes sacrificios casi inhumanos, es el encuentro consigo mismo en la soledad interior, despojados de todo. Es ese diálogo interno donde se fragua la aceptación de Cristo. Es la conversión personal a su mayor nivel.
La salvación siempre supone esfuerzo, decisión, conversión continua. El Reino que se nos promete es para los valientes y animosos. Para salvarse no basta con haber entrado una vez a la Iglesia por medio del bautismo, sino querer entrar todos los días por la puerta estrecha de la fidelidad al mensaje evangélico y del compromiso personal.
Quizá muchas veces hayamos "comido y bebido con Jesús", pero sin habernos comprometido de corazón, y cuando sea el momento, el Señor podrá decirnos "no sé quiénes sois". Aunque Dios ofrece su redención a todos, no la impone a nadie. Nosotros hemos de aceptarla o rechazarla libremente, por eso quizá, no todos se salven, ya que hay quienes rechazan a Dios, pero a los que lo aceptamos, �l nos conforta.
Tomado de la Revista Vida Pastoral de la Sociedad de San Pablo Año 35 - No. 127
"Sin temor abre tu puerta a Cristo Salvador".