Por Manuel E. Montilla
Desde el inicio de la aventura humana, el intentar atrapar la forma en el espacio ha sido una constante. Los hombres manipularon los materiales más diversos para acceder a la tercera dimensión; se construyeron en intensos forjadores del espacio y de cómo robarle sus arcanos al barro, a los huesos, a las maderas, a las piedras y, por fin, a los metales.
Hoy las técnicas son innumerables y los aportes de la química, la ingeniería y la física le permiten a los actuales herederos de Pigmalión, de Fidias y de Paxiteles, una libertad creativa que Miguel �ngel ya hubiese deseado.
Pero esto es en otros mundos, en Panamá la escultura es un arte secundario, sino inexistente. �Por qué? Vaya usted a saber. Nuestros vecinos de Costa Rica, Colombia y el Caribe han mantenido vigente y activa la labor escultórica con nombres importantes a nivel mundial.
Baste señalar, de la patria de Max Jiménez Huete, al gigante Francisco Zúñiga, y a una horda de excelentes obreros de la forma como Jiménez Deredia, Leda Astorga, Manuel Vargas, Olger Villegas Cruz, los hermanos Edgar y Franklin Zúñiga, por mencionar sólo unos cuantos.
De Colombia, ni se diga, allí están los nombres seminales de Negret, Ramírez Villamizar, Arenas Betancourt, el mismo Botero. Y podríamos nombrar muchos más en toda el área. Pero Panamá, es Panamá; y tal vez somos más propensos a otras acciones (algunos anotan el color de nuestros pintores, habría que ver).
Pero, sí, ha habido escultura; sin ambages señalamos al maestro Carlos Arboleda como la figura de mayor prestancia, y hay otros esforzados como nuestro desaparecido amigo Justo Arosemena Lacayo, que realizó lo medular de su obra en Medellín, como al maestro Mario Calvit y sus estructuras constructivas en material ferroso, como el maestro Simón Esteban Medina Fernández, como Lloyd Bartley, como el Ché Torres, como Guillermo Mora Noli y algunos otros que contra toda opción se atrevieron.
Continuamos el próximo domingo rescatando la memoria artística del escultor Leoncio Ambulo.