Ocurrió en Londres, Inglaterra. El autobús corría normalmente, manejado con cuidado. El conductor, Jason Parker, iba señalando con amabilidad los nombres de calles, plazas y todos los lugares de interés del trayecto. Los usuarios, que hacían el recorrido con frecuencia, estaban ya acostumbrados a la forma cariñosa en que el chofer daba su información.
En una de las paradas, Parker, como siempre, saludó ceremoniosamente a dos señoras que se disponían a descender. Les dijo con su profunda voz de barítono:
-Pueden descender por la puerta trasera, y �que se diviertan mucho!
Las mujeres se mostraron tan agradecidas de esta atención que una tropezó contra la otra mientras buscaban la puerta.
Durante todo el recorrido el hombre seguía suministrando informaciones, atenciones y cortesías. Al pasar por uno y otro lugar daba los detalles de todo lo que veían. Hasta lo más aburrido parecía interesante.
Al llegar a la parada 32, fin de la ruta, una señora que descendía le dijo:
-Ha sido este un viaje muy interesante, gracias a usted. �Hay alguna razón especial para toda esta atención?
Jason Parker, el conductor, sonrió con una gracia propia de él y, mientras cambiaba el rótulo que indicaba el recorrido, le contestó, siempre sonriente:
-�Es que tengo una esposa que me quiere!
Ese conductor conducía su autobús empleando un combustible del que nada saben las compañías de transporte: el amor.
Hay muchas personas que tienen el matrimonio en crisis y el hogar tan deshecho que todo en la vida se les vuelve amargo. Sufren constantemente el dolor de relaciones destruidas, y nada de lo que hacen o dicen les sale bien.
Por otro lado, hay personas que le han sacado el mayor provecho a la vida, y todo parece irles bien. �Habrá una manera de asegurar el contentamiento y la paz todo el tiempo? Sí la hay. Consiste en que la motivación de la alegría de cada uno nazca dentro de sí mismo, que no dependa de otras personas o de circunstancias ajenas.
�Y cómo podemos encontrar y mantener la paz y la alegría genuinas? Permitiendo que el Señor Jesucristo sea el dueño de nuestra vida. Si nuestro interés principal es agradar a Dios en todo lo que hacemos, tendremos una satisfacción segura y permanente. Y cuando estamos en paz con Dios, estamos en paz con nosotros mismos.
