En Panamá no tienes que ser pandillero, ni ladrón, ni narcotraficante, ni tumbador para hacerte acreedor a un bala mortal. Y así es porque proyectiles errantes hay de sobra, silbando sobre las cabezas de muchos panameños, muchos de ellos inocentes.
Si algo ha caracterizado los hechos violentos de los últimos días, es que las víctimas -independientemente de si guardaban o no una relación delictiva con sus victimarios- fueron ultimados en lugares públicos, zonas concurridas, y a la vista de cuantas personas se encontraran en los alrededores.
Así sucedió en muchos casos del pasado fin de semana: Armando Méndez fue acribillado en una casa de citas, dos jóvenes de 18 años en Colón fueron abatidos a balazos al bajarse de un taxi, y un joven de 25 años que asistía a un velorio en Cabuya de Tocumen fue alcanzado por ráfagas de subametralladora que nadie sabe si eran para él.
No podemos olvidar a los niños que han perecido víctimas de balas perdidas disparadas por pandilleros en barrios populares. Y como para reforzar la idea de que nadie está seguro en ninguna parte, miembros del Sistema de Protección Institucional (SPI), incluyendo escoltas del Vicepresidente Rubén Arosemena, han sido atacados a balazos.
El actual y el próximo gobierno deben estar conscientes de que el combate al crimen organizado, el narcotráfico y las pandillas es crucial para que no lleguemos a los abismos a los que ya se ha sumergido México y algunos países de Centroamérica. La única frase que cabe en estos momentos es la "Mano Dura", porque demasiados inocentes están en riesgo de ser ultimados por los crímenes y rencillas de otros.