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  OPINIÓN

CUARTILLAS
Santa

Por: Milcíades Ortíz | Catedrático

Esa noche mi hermano Orlando y yo nos acostábamos temprano. Antes nos habíamos lanzado miradas cómplices, pues no queríamos que nuestros padres descubrieran la aventura. En la oscuridad del cuarto hablamos en voz baja sobre cómo haríamos este año para no dormirnos.

Estábamos en la víspera de la Navidad y nosotros éramos unos chiquillos curiosos.

Queríamos "sorprender" a Santa Claus llegando con su trineo del Polo Norte, lleno de juguetes.

Pero por varios años fallamos en nuestros intentos. El sueño nos doblegaba el cuerpo y nos dormíamos.

Entonces jurábamos que eso no pasaría el próximo año. Ahora era la ocasión y no sabíamos realmente cómo alejar el sueño de nuestros cuerpos.

Las mentes estaban afanadas pensando en la cara de sorpresa que pondría Santa Claus, al saber que lo habíamos descubierto.

Teníamos interés en conocer personalmente los hermosos renos que conducían al trineo, que tendría miles de juguetes.

Pronto nuestro padre nos dio la mala noticia sobre la verdad de Santa Claus y el Niño Dios.

Nos miramos consternados y los ojos se nos aguaron. ¡Tantos sueños y esfuerzos se fueron ante la realidad de la vida!

Los niños tienen todo el derecho a soñar. Ya llegará la ocasión de enfrentarnos a las amarguras que a veces tiene la vida.

Si destruimos temprano estos ensueños, estaremos privando al niño(a) de algo muy hermoso de la época navideña.

Estoy seguro que muchas personas mayores recordarán con ternura, su ansiedad por saber qué les había traído el Niño Dios o el barbudo Santa Claus.

Esa sensación hacia vibrar los pequeños corazones de los niños. Inundaba sus mentes de una telaraña de sueños y de felicidad.

Claro que llegará el momento de "decir la verdad". Pero hay que hacerlo con delicadeza, para no causar un trauma o la amargura del desengaño en el niño.

No creo que sea malo soñar y tener la mente llena de figuras que no existen. En realidad, esa es una de las más hermosas características que tienen los niños.

En lo personal, ¡me hubiera gustado seguir trasnochándome los veinticuatro de diciembre, para sorprender a Santa Claus!



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