La mayoría de los mamíferos panameños que fueron amamantados del pecho de sus madres, mira con recelo en lo que han quedado los noticieros de "la Tele". Y es que parte de la audición sospecha que los senos, nalgas, narices y hasta las orejas de las locutoras son de silicona, ¡falsas! Lo malo de este supuesto engaño es que pueda que los televidentes formen parte de ese "oscuro e inepto vulgo" que es manejable y que le teme a las cosas que no entiende.
La publicidad sabe que la mayoría panameña todavía es "ñatore mai" y que prefiere callarse hasta por crímenes anunciados como la minería a cielo abierto que puede desplazar y arruinar más a nuestros autóctonos. ¡Cierto!, la gente calla ante aberraciones como las descendientes de "frankestein" de la televisión. Pocos se atreven a decirles a esas niñas que se preocupen por leer bien las noticias y no conejearnos con cirugías plásticas, así como tampoco nadie sale con los indios a gritarle a los Gobiernos que la naturaleza de este país no es para la minería ni la corrupción. Ya el sabio Salomón lo dijo: "Buenos senos son los que caben en las manos de un hombre honrado".
Y el filósofo loco Biondo Biondi: "El que tiene más de lo necesario es un robo". En el primer concepto, el hijo y sucesor de David incluyó a las graciosísimas tetitas de limón, a las inmensas papayas puntiagudas y hasta las adventicias pico de loro, pero no así a las "pechugas" infladas de estas ¿"pelás" de ahora? a punto de volarse de la caja toráxica.
En la segunda sentencia, el pensador parece oponerse a desafueros inexplicables como: B/8,000.00 mensuales para el hermano de la cuestionada abogada que sabemos y a las pretensiones de Codemín en explotar 1,400 millones de toneladas métricas de cobre en Cerro Colorado. ¡Absurdo!
Aun así, preferimos a los Gobiernos de silicona (one in, one out), que a los ataques terroristas que a diario sufre nuestra poesía, como el de los senos falsos. El verso necesita tacto y olfato y no implantes de polímeros inodoros fabricados con silicio. Lo más socorrido ante estas dos calamidades humanas vigentes sería valorar la importancia de envejecer dedicados a lo normal de la existencia, con moderación, sin incoherencias y, de ser posible, con menos mentiras.