Britta tenía seis años de edad y padecía de espina bífida. Nunca sería normal porque tenía la columna fuera del cuerpo.
Antón tenía diez años de edad y sufría de los más graves ataques de asma. Debía vivir continuamente con oxígeno.
Jimmy tenía quince años de edad y padecía de fibrosis quística. Sufría de tos, sinusitis y diarrea crónicas que le causaban graves problemas pulmonares y digestivos.
Laura tenía ocho años de edad y nació con artritis reumática juvenil. Sufría de continuos dolores, y nunca llevaría una vida normal.
Cada uno de estos niños y cientos más como ellos, que combaten con valor la enfermedad incurable que padecen, figuran en el libro Cómo se siente luchar por la vida, escrito por Jill Krementz.
Esta autora entrevistó a centenares de niños que son víctimas de enfermedades incurables, niños que sufren mucho física y emocionalmente. Ellos saben que no son como los demás niños, que no disfrutan de la libertad que tienen éstos, y que tendrán que recibir medicamentos toda su vida. Y saben que su vida será muy corta.
Sin embargo, luchan con firmeza. Están conformes con su condición y la aceptan con estoicismo. Hay algunos que hasta llegan a decir: "Es mejor que esto me haya sucedido a mí, que tengo fe, y no a otro que no la tiene." Y casi todos muestran optimismo y sonríen, porque no quieren afligir a sus padres.
¿Qué hace que estos niños soporten con valor sus enfermedades y acepten esos largos, engorrosos y dolorosos tratamientos? Hay algo muy importante que tienen en común. Todos tienen una especie de optimismo espiritual. Desde una tierna edad se les ha inculcado un sentido de confianza en sí mismos junto con una conciencia espiritual, y esa chispa de fe ha sido la fuerza moral que los ha ayudado a resistir y a vencer.
Toda persona que de veras confía en Cristo posee una enorme fuerza espiritual y una seguridad personal que la pone por encima de todas sus luchas. Bien dice el apóstol Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13). Eso mismo dicen todos los que han aprendido a confiar en Cristo. Sigamos el ejemplo de ellos, y veremos que Él nos dará la fuerza espiritual para sobreponernos a todas nuestras luchas, y que la vida nos sonreirá hasta el último de nuestros días.