Existen obras de extraordinario valor universal, razón potestativa para calificarla como maravilla del mundo, donde la mano y el pensamiento magistral del hombre, determinó los trazos matemáticos acordados por la tecnología contemporánea de forma diligente, examinando las posibilidades ofrecidas en bandeja de oro en presurosa concurrencia, brindando la cintura a la exposición de los erosivos golpes de la piqueta infame.
La golosa herramienta se ensañó produciendo el desgaste de las colinas silentes que por mi milenios habían permanecido intactas en comunión con los arroyos en disposición a contribuir con la construcción de la gran obra.
La bifurcación tomó diez años, bajo la transición coyuntural del gobierno colombiano de José Manuel Marroquín a Rafael Reyes y por la república de Panamá el doctor Manuel Amador Guerrero, concluyendo los trabajos en 1914, fecha en que fue atravesada por vez primera por el barco norteamericano Ancón, un 15 de agosto.
Se decía en aquellos tiempos por los corrillos de la ignorancia que al apretar el botón en la Casa Blanca el Presidente Wilson, explotando las dinamitas, el Istmo se anegaría muriendo todos por inmersión. ¡Qué tiempos aquellos, donde la ignorancia corría a raudales. Potentes recursos de comunicación enviaban el eminente mensaje a las demás sociedades de la tierra en avisos constantes sobre la fragmentación de las entrañas del planeta puestas en marcha con sus posibles provechos para el futuro próximo.
El hilo de agua apacible que une las dos fuerzas tensoras, embaladas en el armonioso abrazo triunfal, hospitalario gesto perdurable que ha acortado las latitudes en forcejeo de acercamiento. Aproximadamente catorce mil barcos lo atraviesan anualmente, irrigando la economía de dólares americanos. Poderosos gigantes, las esclusas, levantan los barcos aprovechando la fuerza del agua comprimida a una altura de 25 metros sobre el nivel del mal, con el funcionamiento de la monumental obra.