Entre ser humilde y ser un pendejo hay un gran abismo.
Los que entran en la primera categoría no alardean innecesariamente, por elevado que sea su status, y sin importar qué tan inteligente, fuerte, adinerado o famoso pueda ser. Cuando debe sacar la cara, la saca, y defiende sus ideas aunque su contraparte se encuentre en una situación ventajosa. Cuando se debate sintiendo que se tiene la razón, lo demás no debe importar.
En contraste, los pendejos siempre andan cabizbajos por ahí, aunque hayan nacido en cuna de oro. No tienen el valor de hacer oír sus opiniones, rehúyen el debate aunque tengan la razón, y encima de eso, callan ante las injusticias y los atropellos, ya sea que los sufran otros o ellos mismos.
El hecho de que en el mundo hayan tantos pendejos es que se nos ha hecho creer que cosas como la apariencia, el status social, la belleza, la fama, el puesto en el gobierno, la influencia política y muchas otras cosas pasajeras y triviales son más valederas que la razón, la verdad, el sentido común y los valores humanos.
Es por esto que generalmente -aunque no siempre, afortunadamente- un hombre que tiene que tomar el bus se siente menos que uno que tiene un Mercedes Benz. A su vez, el que tiene el Mercedes Benz baja la cabeza si se tropieza con uno que conduce un Lamborghini, y si el del Lamborghini se entera de que el vecino se compró un Yate igualito al de Bill Gates, inmediatamente se siente inferior.
Vivimos en una sociedad en que somos medidos por la cantidad de "indicadores de status" que podamos mostrar: un rejol de marca, ropa de último modelo de la tienda de moda, una casa en la urbanización nueva hecha para los riquitillos y otras cosas que en definitiva no nos llevaremos al otro mundo cuando nos toque la hora de partir.
La única forma de darnos nuestro valor en la vida y sentirnos bien con nosotros mismos no tiene nada que ver con si el televisor que tenemos en la sala es de 42 pulgadas o de 55 pulgadas. Tenemos que mirar hacia nuestro interior y reflexionar sobre lo que realmente nos hace felices; no momentáneamente, sino permanentemente.
La gente que siente que adquiriendo "indicadores de status" alcanzará la felicidad, está condenado a seguir comprando y comprando, sin alcanzar nunca la verdadera satisfacción personal. Podrá tener su casa forrada de cosas bonitas y un closet envidiable, pero si no tiene nada por dentro, nada puede ofrecer al mundo. Ese sentimiento es lo que hace a muchos vivir como zombies que no hacen ni dicen nada que sirva. Solo viven por vivir.