Mc. 12,28b-34
La liturgia de este domingo está fuertemente marcada por la enseñanza acerca del mandamiento por excelencia: el del amor.
Ya el Antiguo Testamento había preparado el terreno para que Jesús viniera a proponernos el amor como síntesis de moral y de fe, y por lo tanto, el verdadero camino a través del cual se obtiene plenitud y felicidad.
Jesús vino a dar plenitud y perfección a la ley del Antiguo Testamento.
En el texto del evangelio de este día encontramos la síntesis de la propuesta cristiana de realización humana.
Para ser auténticamente felices y para cumplir plenamente la voluntad de Dios, el único camino es el del amor: un amor que empieza con uno mismo, luego se proyecta al prójimo, hasta alcanzar a Dios como objeto último y verdadero de todo amor.
Pero es importante amarse también a sí mismo; pues solo un corazón integrado y sereno, en armonía interior, estará en capacidad de amar generosamente a los hermanos, y de amar a fondo perdido a Dios como sentido último de la existencia .
La moral cristiana tiene su fundamento en el amor, por eso san Agustín afirmaba: “Ama y haz lo que quieras”; porque quien ama de verdad no se hace daño a sí mismo, ni causa atropello alguno contra el prójimo, ni ofende a Dios.
El proceso de santificación cristiana pasa necesariamente a través del amor.