Los pobres del campo son sometidos al escarnio y al escrutinio social, por parte de los conjuntos humanos que habitan los centros urbanos, volviéndoles frecuentemente las espaldas a sus débiles requerimientos, generalmente faltos de importancia con ausencia del real peso específico, no alcanzando la altura para prestarle atención, sumados a los empalagosos contratiempos desafiantes de su constreñida existencia, oscilando entre la inseguridad y la agonía. Es una vida sencilla, pero colmada de extraños tumultos de conciencia.
El mundo interno del yo personal y el externo ambiental, lo aturden en su limitado y lamentable proceder general, aliado casi siempre de sentimientos inconfesables. Trabaja sólo para subsistir en comunidades dispersas, lejos de los centros urbanos dispensadores de vida y salud corporal. Hice una vez un juramento: No volver a escribir sobre este escabroso, sensitivo, y neurálgico tema, la pobreza rural, olvidado, también doloroso que embarga nuestro sistema visceral, como mental. En Centroamérica se realizó una asamblea de primeras damas, para contemplar el espinoso asunto que se ha hablado, pero que nadie se atreve a colocarle el dedo a la herida supurativa.
Esta clase de pobreza rural es mortífera, como los microbios afanados en su acción expoliadora, desgarrando tejidos vitales. El siniestro no se combate desde el aseado escritorio, barnizado y lustroso de salón refrigerado, hay que meterle mano en el terreno de la acción, en el mismísimo campo, amputándole los largos y terribles brazos al monstruo, terminados en ventosas, succionados de sangre miserable. Soñador cargado de ilusiones y de quimeras que no logran consumarse. Vayan al campo y observen cómo viven, sin alimentos, ni viviendas, tampoco agua potable es el hombre de Cro-magnon contemporáneo, extranjero, proscrito voluntario en su propia tierra. Invalidado por la astucia de los poderosos, trabaja en terreno que nunca serán suyos y el fruto de su sudor compartido es con el terrateniente que le alquila las parcelas de labranzas, estrangulando toda la vida por el potentado inicuo, sin conciencia, ni conmiseración. Martí lo dijo: la tierra es la madre de la fortuna, labrarla es ir directamente a ella.