Los viajes que emprendemos casi siempre van motivados por la impaciencia de acercarse con premura al sitio de llegada, sin prever las calamidades que pueden advenir en las vías durante el desesperado periplo.
Suprema importancia reviste el saber diferenciar los razonamientos que implican falsedad de aquellos que nos acercan a la intuitiva veracidad. Ser víctima del engaño es la suerte que corre el conejillo de indias encerrado en la jaula, puesto en libertad en milésimas de segundos, cayendo anestesiado luego sobre la mesa de experimentos, aplicándoles la terrible disección.
Así transita aquel que la riqueza somática lo olvidó y ahora cae destroncado por los infructuosos resultados del ensayo y el error. El gobierno abanica un proyecto próximo a consumarse al cual he dado en llamar los aretes de la bahía con el cual comulgo por la belleza que el mismo implica, pero dejando a la zaga otro no menos importante, las vías de enlace entre la periferia y el centro de la ciudad en aumento de un carril de entrada y otro de salida.
Si no cumplimos a feliz término con esta situación me pueden creer que continuaremos con las desafortunadas zozobras que embargan el corto viaje de Juan Díaz a la metrópoli y viceversa. Esta es una forma de desproveer a los vecinos que estamos asentados en la periferia de la urbe y que constantemente tenemos que concurrir a nuestros trabajos, también estudios, soportando sobre nuestras espaldas el ahínco fatigoso de la pesada cruz del sufrimiento.
Un buen regalo para la población es el cambio de caminos carreteros y de senderos en la ciudad, por las amplias autopistas que dan al contemplarlas de estar frente a enormes rasos comunicantes que contactan las riquezas de las impresionantes metrópolis de la tierra.
Escalonar horarios de entrada y salidas a los trabajos, destinar el carril de afuera para el uso exclusivo de los autobuses son paliativos que al fin de cuentas no resolverán el problema económico social.