Vivimos en un mundo de individualismo y egoísmo, en el que nadie da nada por nadie, todos desconfían de los demás y están en espera de la más mínima oportunidad para sacar ventaja. "Sálvese quien pueda" escuchamos por ahí. Estamos por nosotros sólamente, y a los demás que se los coma el tigre.
En consecuencia, a muchos panameños les resulta inconcebible mostrar tan siquiera un gesto de sensibilidad, amabilidad o empatía con una persona extraña; no importa qué tan grande sea la desgracia que la aqueja, ni qué tan altos sean sus pedidos de ayuda.
Pero lo que la mayoría no recuerda es que uno cosecha lo que se sembró primero, y nunca se sabe qué nos espera en la otra esquina, ni en qué momento necesitaremos de la ayuda de perfectos desconocidos para salir de los aprietos.
Recordemos lo que algunas religiones se conoce como la ley del Karma. Lo bueno que hacemos se nos devuelve tarde o temprano, y lo malo también.
Brindar ayuda desinteresadamente es garantía de que vamos a tener muchas manos amigas extendidas hacia nosotros en el momento en que caigamos en malas rachas.
Por el contrario, darle la espalda al sufrimiento ajeno nos hace ganarnos el desprecio del prójimo, y de la misma forma seremos abandonados en los momentos difíciles.
Tomemos en cuenta que la ayuda que ofrecemos no siempre tiene que ser monetaria, como maliciosamente piensan siempre los insensibles. Unas palabras amables, un favor, un gesto de solidaridad se agradece a veces más que un préstamo de dinero.
Quién sabe cuántas oportunidades hemos botado por causa de nuestro individualismo; cuántos favores y cuántas salidas de aprietos hubiésemos podido lograr, de no ser por nuestra mezquindad y nuesta insensibilidad.