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La senda nueva de los Huaorani

Hermano Pablo | Reverendo

A fines de 1996, un grupo de treinta y cuatro universitarios del estado de Washington en los Estados Unidos se internó en la selva amazónica del Ecuador donde los estaban esperando los Huaorani, conocidos también como los aucas. Éstos, por medio de su embajador extraoficial Esteban Saint, los habían invitado a que fueran a verlos para conocer su modo de vivir.

A la puesta del sol estaban sentados a la orilla del río. La luna apenas comenzaba a asomarse sobre las copas de los árboles. Una de las jóvenes le dijo a Esteban:

-Todo lo que hemos leído acerca de los Huaorani es que son una tribu extremadamente violenta.

-No, son estos mismos -le contestó Esteban-. ¿Por qué no le preguntas a uno de ellos dónde está su padre?

La incrédula joven escogió a una de las mujeres de la tribu, y ésta, valiéndose de Esteban como intérprete, contestó que hacía mucho tiempo que su padre había muerto atravesado con una lanza. Acto seguido, una de las indígenas más apacibles señaló a un hombre al otro lado del círculo, y declaró: -Él mató a mi padre, a mi madre, a mi hermano mayor, y a otros más de mi familia.

-¿Cómo es posible que ahora viva en paz con un hombre que mató a toda su familia? -inquirieron los jóvenes, pasmados.

Finalmente Esteban tomó del brazo al mismo indígena, el que se llamaba Quimo, y anunció: -¡Él también mató a mi padre!

Una de las jóvenes, alarmada, preguntó:

-Señor Saint, ¿acaso no corremos peligro aquí? A fin de tranquilizarla, Esteban le dijo a Daua:

-Esta joven quiere saber si después de dormirse, seguirá con vida.

Daua y los demás Huaorani se rieron a carcajadas, y por fin Daua se puso seria y respondió:

-Si nosotros no anduviéramos en el sendero de Dios, no volverías a despertar después de dormirte.

Durante las dos horas siguientes aquella analfabeta les echó un discurso a esos universitarios sobre el poder transformador de Dios. Al terminar, los miró como si fuera la abuela de cada uno, y les dijo:

-Escúchenme bien. En esta vida hay muchas sendas, pero hay una sola en la que Dios ha dejado marcadas las señales que conducen a su hogar. Si ustedes salen de aquí sin seguir la senda de Dios, jamás nos volveremos a ver; pero si viven como deben y siguen esa senda, entonces estaremos juntos con Dios algún día.



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