"Este kiosco es de Dios, porque Él me lo dio cuando me encontraba en una situación muy difícil", dijo rotundamente la señora Evelin Mena, de 50 años, una modesta ama de casa que tiene este pequeño negocio al frente de la parada de buses de Veranillo, en San Miguelito.
Sus clientes, los conductores de diablos rojos, los pavos y los parroquianos del vecindario, son consumidores leales de las pastillas, chicles, dulces, chicha, peines y moños, que se venden en este establecimiento.
Ellos no escatiman recursos monetarios en comprar los artículos de su preferencia, aunque a veces algunos se atreven a solicitar fiado, pero invariablemente la mayoría no necesita crédito para satisfacer sus gustos por las golosinas.
DOS AñOS DE TRABAJO
"Aquí trabajo desde hace dos años", apuntó al vuelo Mena sin descuidar la atención a los esporádicos clientes que se acercan a comprar alguna pastilla o un vaso de chicha para endulzar la agitada vida que los consume.
Cuando ella recuerda cómo se inició el negocio, "que le pertenece a Dios", no puede dejar de reconocer que consiguió este establecimiento de puro milagro luego de caminar por más de 6 meses buscando trabajo por toda la ciudad de Panamá.
"Parecía que no tenía solución y todo se mostraba de color negro en el horizonte de mi futuro, entonces alguien me sugirió iniciar este negocio, que empezó gracias a la ayuda de unos familiares", dijo mientras vuelve su mirada a los vetustos buses que pasan raudos echando humaredas negras.
AYUDA A SUS HIJOS
A esta mujer la vida la golpeó en muchas oportunidades, pero la vez que sintió que el mundo se le caía encima fue cuando la desalojaron del Hospital Santo Tomás, donde antes había establecido un negocio similar.
"Eso ya pertenece al pasado, ahora sólo me queda trabajar para conseguir el pan de cada día. Mi lema es mirar hacia delante, nunca veo para atrás", sostuvo levantando el puño con energía.
Lo que consigue con la venta de estas golosinas sirve para alimentar y educar a sus cuatro hijos. También le sobra lo suficiente para pagar el alquiler de la casa donde vive desde hace 15 años.
"Son cosas de la vida, he aprendido a tener paciencia. Cuando hay dificultades no me amilano ante nada, sea a cual sea el problema, he aprendido que la oración es una fuente de ayuda para todos", así puntualizó el lado espiritual de su vida esta mujer de fe.