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Era uno de esos días típicos en la ciudad de Londres en que, por la espesa niebla, no se podía distinguir ni lo que quedaba a un metro de distancia. Caminaba ese día por las calles de Londres el Señor Whitlow, de Norteamérica. Él había salido de su hotel antes que la niebla estuviera tan densa. Cuando menos pensó, se encontró en medio de la espesa nube, y estaba perdido. Quiso regresar a su hotel, pero todos sus esfuerzos lo confundían más. Por fin optó por quedarse quieto en una de las esquinas. En eso un peatón se golpeó contra él. Inmediatamente el perdido aprovechó el incidente para pedir ayuda. El peatón le preguntó en qué hotel estaba hospedado. Cuando lo supo, tomó del brazo al Señor Whitlow y lo guió con destreza y rapidez, dando vuelta a esta y aquella esquina, caminando por una y otra calle, y así, sin vacilar, lo dejó en la puerta de su hotel.
El Señor Whitlow no comprendía cómo una persona, aunque siempre hubiera vivido en Londres, podía vencer el obstáculo de la niebla y con tanta destreza guiarlo hasta la puerta de su hotel. Cuando le preguntó a su benefactor si trabajaba en ese hotel, éste le contestó: !Oh, no.¡ Yo trabajo lejos de aquí, pero conozco Londres.
Muy fácil explicó el guía. Es que para mí la niebla no es ningún obstáculo. Quizá usted no se dio cuenta, pero yo soy totalmente ciego. Aquel hombre caminaba por las calles de Londres guiado por su conocimiento de ellas y no por la vista. Tal como el Señor Whitlow, hay muchos que buscan el camino hacia Dios, pero la difusión de tantas religiones, de tantos predicadores y aún de tanta investigación de una y otra filosofía los tiene confundidos.
Sin embargo, entonces algo ocurre. Se cruza por su vida alguna persona, quizá insignificante, posiblemente sin renombre o cultura, sin bienes materiales y aun sin escuela, y ésta, que ni leer ni escribir sabe, les muestra el camino hacia Dios. ¿Cómo puede ser eso?
Es que los ojos del saber a veces ofuscan la acción de fe, y quienes buscan a Dios, sólo lo hallarán ejercitando su fe. Busquemos a Dios con el corazón y no con el intelecto. Él quiere habitar en nuestro ser. Él quiere ser nuestro Salvador. Él quiere entrar en nuestra alma. Busquemos a Dios con el corazón. |