El tren eléctrico corría repleto de pasajeros. Eran las ocho y media de la noche, en Buenos Aires, Argentina, y todo el mundo deseaba llegar cuanto antes a su casa. Pablo Vago, un estudiante de diecisiete años de edad, iba apretujado entre los pasajeros. De pronto se sintió mal, con deseos de vomitar. El movimiento del tren lo mareaba, así que salió al pasillo en busca de aire fresco.
Al salir, perdió el equilibrio y cayó entre las ruedas del tren. Cuando se levantó, mareado todavía, sentía un dolor sordo en el brazo izquierdo. Así que se apretó la muñeca de ese brazo con la mano derecha, y pidió auxilio.
En la sala de emergencia del hospital se comprobó el caso. Tenía el brazo izquierdo completamente separado del cuerpo, seccionado seis centímetros por debajo de la axila.
Los médicos trabajaron rápidamente. Suturaron nervios, venas y arterias. Seis horas duró la operación, pero al final el cirujano, satisfecho, rindió el siguiente informe: «Cuando la sangre volvió a correr por esas arterias y venas, el brazo recobró su color normal. Era la vida venciendo a la muerte.»
¡Cuán verdaderas las palabras del cirujano! La sangre tiene un valor inmenso. Bien dice la Biblia que «la vida de toda criatura está en la sangre» (Levítico 17:11). Pablo Vago estuvo a punto de perder el brazo. Un poco más que hubiera tardado en ser atendido, el brazo se hubiera gangrenado y él hubiera quedado manco para toda su vida. Pero los cirujanos suturaron los vasos sanguíneos, el precioso liquido corrió como antes, y la vida volvió al brazo muerto. ¡Milagro de la cirugía moderna, pero también milagro de la naturaleza creada por Dios! Hay vida en la sangre, y por la sangre tenemos vida. Jesucristo también tuvo sus venas y arterias pletóricas de sangre. Él tuvo vida, y vida humana como la nuestra.
Un día el Señor Jesús subió al Calvario. Y por las heridas que le produjeron los latigazos, los clavos, las espinas y el lanzazo de los soldados romanos, derramó toda su sangre. Esa sangre cayó en la tierra, y ha quedado allí hasta hoy.
La Biblia dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). ¿Queremos tener vida, y vida en abundancia? Basta con que recibamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador.