El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española tiene tres definiciones para la palabra corrupción. La primera, la define como soborno o cohecho: la corrupción de los altos cargos del gobierno; la segunda, como perversión o vicio: corrupción de costumbres, de menores y la tercera como la alteración de la forma o estructura de algo: corrupción de la materia orgánica.
Ninguna de las tres definiciones se ajustaría para calificar el acto de corrupción que realizan ciertos abogados. En el vocabulario pueblerino, la maleantería de esta gente se define como actos que realizan rateros estudiados para apropiarse del dinero en los casos que representan.
Un buen abogado defiende su causa por principios; en cambio, un mal abogado siempre espera la llamada del otro colega para negociar un acuerdo y dejar las cosas como están.
Los abogados que saben que tienen un caso ganado no deben venderse por un par de reales (a veces son millones). No tienen por qué dejar de prestar sus servicios profesionales solo porque el otro le prometió que su cliente le duplicaría la cifra si deja caer el caso.
En Panamá, un país que un día fue selva, aún habitan las aves de rapiña con cara humana que salen en busca de presa todos los días.
Hoy en día, la máxima instancia de la justicia se ha convertido en un enorme nido, similar al de las aves oropéndulas, donde se refugian en bolsas para estar en grupos de tres.
Estudiar derecho para defender a alguien es una noble misión, pero, cuando se trastoca todo, se pierde el sentido de lo que un día se soñó.
Ojalá algún día logremos enterrar a esa rapiña con garras afiladas que anda siempre buscando el billete que se esconde en los bolsillos rotos de un pueblo que ha quedado indefenso del ataque de los abogados corruptos que han vendido hasta su alma.