El recibimiento del medallista olímpico Irving Saladino fue una locura colectiva. Sin importar la lluvia, un pueblo se lanzó a las calles para aplaudir el paso de su nuevo ídolo de carne, hueso y oro.
El atleta de 25 años sonreía mientras recorría las diversas vías de los distritos de San Miguelito y Panamá.
¡La medalla es de ustedes, gócenla!, fue el grito del campeón olímpico de salto largo tan pronto descendió del avión presidencial, que lo trasladó desde Washington al aeropuerto de Albrook.
Y es así. Los pueblos disfrutan y se alegran cuando uno de los suyos triunfa. Así sucedió en el pasado con "El Cholo" Roberto Durán. Se trata de un momento inolvidable que quedará grabado en la mente de niños, jóvenes, adultos y viejos.
La presencia de miles de personas en las escalinatas de la administración del Canal, el mismo sitio donde el último día del año 1999 vibró con la reversión de la vía acuática a Panamá, sirvió para recibir a uno de los grandes del deporte panameño.
Quizás pasarán muchos años para que otro panameño logre una hazaña como la lograda por Saladino. En el campo de los Juegos Olímpicos hubo un lapso de seis décadas entre el triunfo de Saladino y las dos preseas de bronce lograda por otro grande del atletismo panameño: Lloyd La Beach, cuyos méritos aún no han sido reconocidos como se le merece.
Panamá está de fiesta. Lo sucedido en Beijing será un buen recuerdo para todos y una demostración de que la disciplina, perseverancia y confianza, pueden lograr muchas cosas, entre ellas, una medalla de oro olímpica.