Saludos, amigos y amigas, bienvenidos a otra jornada de la pelota criolla, hoy llenos de emociones, alegrías, sonrisas, lágrimas e ilusiones, luego de un gran desfile que se llevó ayer, con la llegada del campeón mundial y olímpico, Irving Saladino.
Fue un momento de gloria, sólo comparado con los recibimientos inmensos que tuvo el cuatro veces campeón del mundo, Roberto "Mano de Piedra" Durán en sus mejores momentos.
Panamá se rindió a los pies de su nuevo ídolo, a los pies de su gran estrella, el nuevo inquilino del Olimpo, recinto especial que sólo es reservado para los mejores.
Allí iba el campeón, con su medalla de oro colgada al cuello, como el más grande recuerdo obtenido en unos Juegos Olímpicos. Fue un día de gloria, de alegría de incontables emociones y Panamá no tuvo piedad de sus sentimientos, derramando emotividad por todos los costados.
¡Viva, Irving!
¡Viva Saladino!
Lo de ayer fue simplemente emotivo, las calles parecían cordones humanos, vestidos de rojos, con banderas flameando, en honor a un solo ídolo. Irving Saladino fue aplaudido a lo grande y su medalla alumbraba el camino que lo llevaría a la tierra que le vio nacer.
Saladino ganó otra medalla de oro, ahora de humildad, abriendo su corazón dorado a la afición que deliraba en cada paso, en cada metro o en cada kilómetro.
La lluvia volvió a bañar de oro al más grande atleta panameño de la actualidad. Saladino recibió con humildad todo el cariño que le regaló el pueblo panameño. Fue grande, fue inmenso, fue humilde y el oro que hay en su corazón es más pesado que el que tiene su medalla de 24 quilates.
El atleta se trasladó por tierra a su natal Colón, aunque tenía una propuesta de abordar un pájaro de hierro, cortesía del Presidente Martín Torrijos.
Hoy, mañana y siempre.
¡Salta, Irving!
¡Viva Irving!