Nunca habrá mayoría absoluta para debatir temas nacionales y decir un sí o un no unánime. Las opiniones se encuentran en el punto de intersección para chocar porque todos quieren hacer sentir su pensar. Esto es lo que está ocurriendo con el proyecto del ley que intenta endurecer la condena a los menores infractores.
Si por la presidenta de la República fuera, a partir de este momento cada menor que mate debe purgar 20 años de condena, en cambio, si por organizaciones como UNICEF fuera el criterio sería distinto. ¿Quién tiene la razón?
No se trata de buscar al más sabio. Antes de buscar fórmulas de castigo, nuestra administración estatal debe haber encontrado respuestas profesionales al hacinamiento. No se puede plantear soluciones sin antes mejorar un sistema carcelario que carece de muchos elementos resocializadores.
Tener a un chiquillo en la cárcel por 20 años es condenar a la misma sociedad. La culpa, tal como lo ha advertido la UNICEF es de la desigualdad existente en Latinoamérica.
La ley de la selva se impone, pero esta vez en una selva de cemento. Si no hay comida y ni empleo, ni educación, estamos creando humanos que matan y roban para poder sobrevivir.
Nos vamos más atrás. Además de los enormes problemas que debe corregir las administraciones como los antes expuestos, el ser humano debe criar a su hijos bajo los criterios de Dios. No hay que crear leyes absurdas. La corrección de un joven asesino está advertida. Dios pide que disciplinemos a los niños desde muy pequeños porque cuando grande así se apartará del mal.