Voy a matar a mi padre -advirtió el joven de diecisiete años de edad. Su amigo, también de diecisiete, le respondió, riéndose:
-No digas tonterías.
Y compartieron ambos un cigarrillo de marihuana.
-Voy a matar a mi padre -volvió a decirle al mismo amigo diez días después.
Así fue por varias semanas: siempre esa terrible declaración. Hasta que un martes 22 de febrero, Cristóbal Galván cumplió su intención. Mató de varios balazos a su padre Esteban Galván. Acto seguido, se mató él mismo.
El muchacho, estudiante secundario, alto, rubio, bien parecido, vivía atormentado por problemas de personalidad. Además, era víctima del uso insensato de drogas como la marihuana, el crack y la heroína. Su madre había muerto de pena varios años atrás por el divorcio que había sufrido a manos de su padre, que era autoritario y exigente.
Ahí estaban el escenario y los elementos del drama, trágicamente dispuestos. Los personajes jugarían cada uno su papel impecablemente. ¿Qué era lo que hacía falta? El momento inevitable. El testimonio del amigo de Cristóbal, Jaime Carieri, lo explicaba todo: «Sólo era cuestión de tiempo.»
Aquí cabe hacernos la pregunta, franca y directa: ¿Será posible que se esté incubando en nuestro hogar un drama parecido? ¿Se estarán juntando los elementos que pueden desencadenar una tragedia? ¿Hay drogas en nuestra casa? ¿Licor? ¿Armas? ¿Violencia?
Esos elementos, como hojas secas, se encienden con una sola chispa. La violencia suele estallar súbitamente sin que haya, al parecer, ninguna razón ni motivo. Y casi no hay hogar que inmune a ella. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo prevenimos una tragedia en nuestro hogar?
Lo cierto es que si no tenemos una relación íntima con Jesucristo, difícilmente tendremos la motivación para controlar esos momentos de crisis. La Biblia dice: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12: 34). Todo lo que somos y todo lo que hacemos viene de las intenciones, buenas o malas, de nuestro corazón.
Cristo quiere darnos un nuevo corazón. Él quiere perdonarnos y bendecirnos. Démosle, hoy mismo, nuestra vida. A cada uno nos hará una nueva persona.