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Lo cortés no quita lo delincuente

Hermano Pablo | Reverendo

Shirley Leddy trabajaba de cajera en un establecimiento comercial en California. Un día entró en el almacén un cliente joven, bien vestido y de finos modales. Al rato, el joven se acercó a la caja, le mostró a Shirley el cañón de su revólver, y le pidió con toda cortesía:

-Señorita, tenga la bondad de entregarme todo el dinero que hay en la caja.

Shirley contestó con toda calma:

-¿Me permite contar el dinero para poder informarle a la compañía de seguros el monto exacto del robo?

-No se moleste -respondió el asaltante-; yo lo voy a contar de todos modos. Tan pronto como lo cuente, la llamo y le digo la suma por teléfono.

Y cumplió su palabra. Casi una hora después, el ladrón llamó por teléfono y le dijo:

-Son 3483 dólares en total.

Acto seguido, se despidió de ella con respeto y colgó el auricular.

Si bien este caso no sirve para ilustrar el refrán que dice: «Lo cortés no quita lo valiente», sí se presta como ilustración si lo modificamos un poco, de modo que diga: «Lo cortés no quita lo delincuente».

Nada en el aspecto exterior de aquel hombre era malo. Lo malo lo tenía en el interior, en el alma, en el corazón. Por fuera era todo un caballero; por dentro, un vulgar delincuente.

Aunque por lo general no quieran admitirlo, así son muchos de los que conforman la sociedad actual. Han aprendido a hablar, a vestir y a comportarse con corrección y pulcritud en público, pero en privado son corruptos y sucios. Se parecen a los fariseos a quienes Jesucristo tildó de hipócritas «que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre». Y así como pudo haberse descrito al joven ladrón de San José, California, Cristo dijo que tales fariseos «limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno».

La solución que ofrece Cristo es evidente. Hay que limpiar por dentro el vaso y el plato para que quede limpio también por fuera. Gracias a Dios, para apropiarnos de esa solución, sólo tenemos que confesarle nuestros pecados para que Él nos los perdone y nos limpie de toda maldad.




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