Uno de los mayores problemas del país, consiste en que casi nadie se empeña por honrar la profesión que escoge para ganarse la vida. Hay profesiones que, por la magnitud de su majestuosidad, requieren que los principios de su desempeño sean la virtud y la vocación, que además, inspirarán su desarrollo.
Una de esas profesiones es la docencia. De acuerdo al maestro de maestros, Sócrates, la enseñanza era más que una vocación, era un deber divino. El maestro debía, más que enseñar, hacer que su estudiante encontrara sus estrellas guías, debía ser un descubridor de talentos, capacidades y destrezas, y luego, a través de la mayéutica, lograr que su pupilo lo constatara por sí mismo.
Es obvio que siempre habrá estudiantes descarrilados, pero la pericia y la formación académica y profesional de su maestro , debe ser luz para encontrar el medio o el mecanismo que motive a su pupilo a tomar conciencia de su responsabilidad de estudiante en proceso de formación.
Los docentes son los padres putativos, son también los que deben orientar y formar, moldear y guiar, instruir aptitudes y arraigar comportamientos ciudadanos, como una gestión noble y altruista que se hace con el amor y la diligencia de un buen padre de familia. Es por ello que en estos momentos de convulsión ciudadana y política, exhorto a todos los buenos docentes de este país, para que por un momento dejen de pensar en ellos y piensen en sus alumnos.
La mejor forma para sobrellevar a buen rumbo, la nave de la educación en estos momentos es que el docente panameño demuestre ante todo el país, que ellos saben dar y saben ser transigentes, cuando el país y todos los estudiantes lo esperan. A veces con humildad y sencillez, tolerancia y comprensión se pueden logar cosas inimaginables porque esas actitudes están impregnadas de la sabia de Dios que hay en cada ser humano.
