El común de los ciudadanos piensa que, al cobrar autonomía dentro del tejido social, todo lo tiene resuelto, y defiende que esta es una forma de independencia individual, condición que le delega la facultad de vivir holgadamente tranquilo, procediendo muchas veces de la peor manera. Tremenda equivocación que lo hace perder con regularidad los estribos, ya que siempre estamos supeditados a sufrir las continuas estocadas de los perversos comportamientos personales.
No me cabe la más pequeña duda de que las pruebas tangibles no soportan el escrutinio del más leve examen, cobramos hoy y todo el dinero nos los gastamos en la compra de objetos baladíes. Nada que ver, somos víctimas de las continuas acechanzas de las necesidades económicas, ponderando sobre los diversos apremios cotidianos.
Muy frecuentemente no puedo encontrar respuestas para las diversas preguntas angustiosas acerca de esta terrible temática. La mente tenemos que educarla interpretando los perseverantes apetitos físicos. Si somos anuentemente llevados por estas descabelladas debilidades, estaremos vencidos por lo que no podremos frenar jamás.
Los precios de los artículos suben sin ninguna explicación, y los sueldos y jubilaciones sufren de inercia; en resumen, todo estancado. Las actividades mercantiles atadas de manos, pero coactivas, incapaces de poder mover a alguien, donde los hogares ostentan una evidente e indiferente incapacidad.
Hay gente que nos critican porque decimos la verdad, pero ellos no conocen los celajes que denuncian las ansiedades que acompañan las penalidades sociales en un pueblo que presume la baja cultura del despilfarro. Los que criticamos con constancia buscamos que la irregularidad se rectifique, si afirmamos que todo anda bien, somos ni más ni menos que los eternos remedios curativos de la falsedad y la mentira. Abrigo esperanza en los que cursan por los frescos salones del claustro universitario, ellos nos extenderán la mano a la hora del naufragio final.
