No salimos del asombro. La gente sigue con el corazón roto. La humillación futbolística, histórica y moral que sufrimos en el Estadio Cuscatlán tiene en Alexandre Guimaraes y en Ariel Alvarado a sus principales responsables. El primero, hizo lo que hace mucho tiempo tenía que hacer, largarse; el segundo, sigue allí, como si nada hubiese ocurrido.
Para defenderse, Alvarado y sus seguidores usan dos argumentos bastantes pueriles a los que habitualmente recurren los políticos cuando no tienen cómo hacer frente a las desgracias.
El primero de estos argumentos es: "No es el momento de buscar culpables, tenemos que unirnos". El segundo: "Si se va Ariel, ¿a quién vamos a poner?"
Sí, debemos unirnos, pero a los culpables del "cuscatlanazo" hay que ponerlos a pagar las consecuencias de sus acciones y omisiones si pretendemos enseriar nuestro fútbol; de lo contrario, no habrá moral para juzgar a cualquiera que haga daño al balompié nacional en los años venideros.
Como miembro del Comité Ejecutivo de la CONCACAF y de la Comisión de Ética de la FIFA, Alvarado pudo haber utilizado su influencia para impedir que el árbitro mexicano, Marco Antonio Rodríguez, compatriota de Carlos De Los Cobos, técnico de El Salvador, dirigiera el partido. Ni se preocupó por eso.
El presidente de la FEPAFUT -que poco ha hecho por rescatar el fútbol a nivel provincial- complació casi en todo a Guimaraes: ocultó la cantidad de dinero que se le pagaba y lo defendió como fiera, cada vez que se cuestionaba al técnico sobre sus dudosas convocatorias y cambios que realizaba durante los partidos. Como cuando, por ejemplo, sin explicaciones convincentes, sacó al colonense Armando Cooper (el hombre que bailó a Costa Rica) de la Sub-23, o como cuando hizo salir a Rolando Escobar en los duelos de ida y vuelta, ante El Salvador cuando éste más inspirado estaba.
Es hora de que Alvarado se haga a un lado, respire hondo y tome las cosas con cautela. Decir que no hay nadie que lo pueda reemplazar es una falta de respeto a la inteligencia. Aquí hay gente capaz, dispuesta a trabajar. Renuncie don Alvarado, porque lo que se perdió no es moco de pavo.