CUARTILLAS
Pobrecita

Milciades
A. Ortiz Jr.
Colaborador
Eramos unos ocho niños
que habíamos hecho un círculo esa mañana
llena de sol, durante el recreo del "anexo" de la Escuela
República de Haití, ubicado en los años
cincuenta en la calle quinta de Parque Lefevre.
Ibamos a iniciar lo que llaman "ronda infantil",
o sea una cancioncilla sería cantada por todos los niños.
Para animar más el acto, dábamos palmadas al son
de la canción.
Una morenita se lanzó decidida al centro de la rueda.
Puso las dos manitas en la cintura y lanzó una mirada
media coquetona a sus compañeros. Abrió la boca
un poco, en una sonrisa de satisfacción, y mostró
dos huecos en su dentadura que estaba cambiando los dientes de
leche por los de hueso.
Todos comenzamos a cantar : "Pobrecita la huerfanita,
que no tiene padre ni madre... la lanzaremos a la calle a llorar
su desventura...".
La graciosa niña se movía como una lombriz en
un plato caliente de latón. Bailaba al son de la cantaleta
con entusiasmo, moviendo sus inexistentes caderas con ritmo.
No soltaba las manos de la cintura.
Entonces la niña comenzó a cantar, para responder
al estribillo del círculo. Puso cara de adolorida y sufrida:
"Cuando yo tenía mis padres, me vestían
de oro y plata... ahora que no los tengo, me visto de pura lata..."
El círculo remarcó "pura lata... garrapata"...
Y siguió la canción haciendo mención
a la tragedia de una niña huérfana, que ahora se
debatía en la miseria por haber perdido a sus padres.
Los niños cantábamos la canción sin comprender
la letra, ya que todos estábamos en los ocho años
y no sabíamos eso de huérfanos y pérdida
de padres.
Era muy pegajoso el ritmo y la canción seguía
relatando los problemas de la huerfanita. Otra chiquilla con
sus trencitas amarradas con cintas de color rojo, reemplazó
a la primera en el baile.
Esta escena ocurrida hace cincuenta años, volvió
a mi mente hace poco, cuando conversaba con una doctora. Ante
mi asombro, ella también se sabía la tonada y se
puso a cantarla. Le pregunté dónde vivía
medio siglo atrás y dijo que en Renta Cinco.
Así que los niños de aquella lejana época
cantaban la misma canción en sitios extremos de la ciudad
de Panamá. Yo pensaba que esta era una actividad de Parque
Lefevre y Río Abajo.
Luego de recordar esta canción pensé que algunos
cuentos infantiles y canciones, encerraban mensajes negativos
y terribles para los niños. La de la huerfanita, hacía
temer a los niños por la pérdida de sus padres.
Cuentos como La Caperucita y el Lobo, Alicia en el País
de las Maravillas, están llenos de violencia. Contar ahora
el cuento de la Cenicienta es difundir odio hacia las madrastras
y hermanastras, cosa negativa en una época en que la gente
se casa más de una vez.
Pero los chiquillos de hace cincuenta años no teníamos
mentalidad tan precoz como los de ahora. No creo que se hayan
traumatizado porque la huerfanita se vestía de "pura
lata", al morir sus padres. Tampoco lloraron porque el Lobo
se comió a la Abuelita de Caperucita; mucho menos se asustaron
con los malos personajes de Blanca Nieves y sus curiosos siete
enanitos.
Yo conté muchos cuentos a niños de mi familia.
Me he enterado que existen algunas personas en estos momentos,
que cuentan cuentos a los niños, para no perder esta hermosa
tradición.
Al contar un cuento, el adulto establece una buena comunicación
con el menor. Cuando los niños bailan, estrechaban sus
relaciones de amistad, aunque la letra de la canción fuera
negativa.
Hoy con los juegos de televisión, pocos niños
escuchan cuentos y menos se atreven a bailar sin pena, en el
patio de una vieja escuela de barrio.
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