A lo mejor mientras usted lee este artículo, lo haga ante una humeante taza de café. Miles de historias surgen al calor de una buena taza de café. Una de ellas es la de su propio origen.
El origen de este mundialmente conocido producto se ubica en Kaffa, Etiopía, donde todavía pueden hallarse plantas de café en estado silvestre, según una publicación de la resvista GeoMundo.
Leyendas del grano sobran. Una de las más difundidas y aceptadas es la que cuenta que cierto pastor notó que sus cabras estaban como locas y brincaban de un lado para otro sin conciliar el sueño.
El pastor indagó y se dio cuenta que habían comido los frutos color granate de un arbusto que crecía cerca. Kaldi probó los frutos y experimentó los mismos efectos. Se dice que el cuidador de cabras llevó los frutos y ramas a un abad que vivía cerca.
Este hizo una infusión que no le agradó por lo que arrojó a las brazas frutos y ramas que al quemarse provocaron un agradable aroma, dando lugar desde allí a la práctica de tostar y procesar este grano.
El probable nombre actual del café es atribuido a que los nativos de Etiopía y Sudán descubrieron la forma de fermentar los granos para preparar una bebida embriagante o vino que los árabes y musulmanes dieron en llamar “kahwe”, que derivó en café.