Parece que fue un pistón de la máquina que se rompió y perforó el casco; o quizá el barco chocó contra algún agudo arrecife. Pero lo cierto es que el Océanos, transporte griego de 7.554 toneladas, comenzó a hacer agua. Se hallaba en el mar borrascoso, frente a las costas de Suráfrica, con 571 pasajeros a bordo.
Al tercer día, comenzó a hundirse. El capitán griego Yiannis Avranas ordenó de inmediato el salvamento. Pero el primero en salvarse, contra todas las tradiciones marinas más honrosas, fue él mismo. Todo el mundo condenó al capitán. Calificaron su acción como "cobardía de primer orden".
Es cierto que la tradición marina demanda que el capitán de un barco, si la nave naufraga, muera con su barco. Es una tradición de honor que casi siempre se sigue, dependiendo de la decisión del propio capitán. No hay ninguna ley marina que lo obligue. Es cuestión de conciencia y de honor.
El capitán Avranas falló. Dijo luego en su descargo que como estaba seguro de que todos se salvarían, no veía la necesidad de hundirse él con su barco. Su mal proceder consistió en haber sido el primero en escapar del peligro.
Hay otros hombres que, sin ser capitanes de barco y sin estar en situación de naufragio, "abandonan el barco", en sentido figurado, para salvarse ellos mismos, dejando a otros a merced de su propia suerte.
Uno de éstos es el esposo que ante la enfermedad grave de la esposa, la abandona, dejándola en el mayor descuido y desamparo. ¿Acaso no es ese un acto de cobardía irresponsable de la mayor indignidad posible?
Otro es el hombre que debido a una crisis económica se niega a asumir su lugar de padre de familia, no importándole que queden los niños en la calle sin guía ni ayuda alguna con tal de cuidarse él mismo. ¿No es ese un acto de cobardía de la peor clase?
¿Y qué del hombre que abandona a un amigo cuando éste está en alguna situación de necesidad, a pesar de que ese amigo se mantuvo a su lado cuando él estuvo en problemas? Todo eso es cobardía de la peor clase.
Si queremos ser personas de integridad y justicia, pero nos falta el valor y la motivación necesarios, debemos hacer de Cristo el Maestro de nuestra vida. Cuando Él es nuestro Señor, Él mismo motiva nuestra conducta, y somos las personas honradas y responsables que nuestra familia y nuestros amigos necesitan. Sometámonos al señorío de Cristo. Él nos dará la fuerza necesaria para ser personas responsables. Él será nuestra motivación.